Saturday, 7 December 2013

La pérdida de la ilusión.


¿Cómo descubrí que los Reyes Magos eran mis padres? ¿De qué forma pasó? ¿Cómo me sentí? ¿Qué significó para mí?
Descubrí que mis padres eran los reyes Magos un año antes de que ellos mismos me lo contaran. Fue más o menos en Septiembre del año 2002 cuando tenía recién cumplidos los 7 años, estábamos jugando en el patio del colegio y salió el  tema de qué regalos íbamos a pedir por Navidad. Cada uno de nosotros tenía su lista particular de regalos, muchos de ellos imposibles como en mi caso un burro de peluche a tamaño real, teníamos muchísima ilusión, queríamos que los 3 meses que nos separaban de los presentes, las vacaciones, los pasteles y la familia pasarán de forma rápida. Sin embargo, también teníamos cierto miedo a que nos trajeran carbón por habernos portado mal. Al rato de comenzar la conversación un alumno de grado superior, que nos había estado escuchando, se acercó y nos contó que los Reyes Magos y Santa Claus, así como el Ratoncito Pérez no existían,  que todo era una invención de los padres, los familiares y la sociedad en general. En ese momento todos nos negamos a aceptar que ese hecho fuera posible ¿por qué iban a hacer algo así mis padres? ¿Por qué todas las personas mentirían acerca de algo así? ¿Qué sentido tenía todo eso? Estas fueron algunas de las preguntas que me plantee tras este acontecimiento durante un tiempo. Cuando llegaron las Navidades las viví de la misma forma, sin embargo pude notar el cambio de comportamiento de mi hermana mayor a la que sí se lo habían contado mis padres. Al año siguiente fue cuando mis padres me lo descubrieron, al principio me hice la valiente diciendo que ya lo sabía pero a los pocos minutos me derrumbe. No fue fácil aceptar que todo en lo que había creído durante esos últimos 8 años fuera una mentira, que mis padres, mi familia, los profesores y en general toda la sociedad me había mentido. El castillo de sueños que me había estado construyendo durante tanto tiempo se calló como si de la casita de paja de los tres cerditos se tratara. El tupido velo que cubría mis ojos fue completamente retirado y vi con total claridad la realidad. Las películas que veía en la televisión por las tardes los sábados y domingos eran completamente ficticias y los Santa Claus, los Reyes Magos, lo pajes y todos los seres fantásticos que veía en la calle eran personas a las que les habían pagado. Esta revelación me explicó también por qué salían tanto en televisión las famosas “compras de navidad” y porqué los establecimientos cerraban tan tarde los días previos a las Navidades.
Desde aquel momento no volví a sentir de la misma forma las fiestas que tanto anhelaba a lo largo del año cuando era una “mocosa”, no volví a quedarme en vela esperando escuchar el sonido de las campanas que marcaban la llegada de los Reyes, tampoco me volví a despertar a las 6  de la mañana cuando ni siquiera el sol se había despertado… Desde aquel momento no volvía a tener ilusión. Ahora adorno la casa por tradición, cada año más tarde. 
Ese momento supuso un cambio muy importante en mi vida, en mi forma de pensar, me hizo madurar en cierta manera. Supongo que esa transformación no solo la sufrí yo, todos y cada uno de los niños que han creído en estos fantásticos personajes también la padecieron sin importar la edad en que descubrieron la mentira. Esto nos marca a lo largo de nuestra vida y a pesar de ello se lo hacemos a nuestros hijos por crearles una ilusión que realmente, en mi opinión, no es estrictamente necesaria como se puede ver bien en los niños que viven en África o en otros países que continúan perfectamente con sus vidas.
Actualmente que soy mayor me planteo si la invención de la existencia de estos seres fantásticos capaces de llegar a todas las casas, excepto a la de los pobres, para llevar regalos es buena para los niños y en qué medida. Sin duda el recuerdo que tengo de esas navidades es maravilloso, pero también el sentimiento de ser engañada y, en cierta forma, mangoneada lo tengo muy presente. Mucho antes de tener memoria, antes de adquirir por completo una lengua materna, todos los que se encuentran a nuestro alrededor nos influencian para creer en algo que realmente no existe aprovechándose de esta forma de nuestra ingenuidad e  inocencia sin pensar en las posibles consecuencias que puede acarrear este suceso.
¿Se hace esto por la ilusión de los niños o la de los padres?
Al motivar a los niños a creer en estas criaturas los progenitores reviven su propia experiencia teniendo en muchos casos más ilusión que estos mismos.
Muchos padres lo hacen por tradición, por celebrar el nacimiento de Jesucristo el cual, según el cristianismo, traería el orden y el balance al mundo; y otros por llevar la corriente a la comunidad.

Creo que los valores que se tenían antes de cenar todos en familia, de disfrutar de la compañía de las personas a las que más quieres, de cantar villancicos y de dar algún pequeño detalle casi siempre manual o de vital necesidad como unos zapatos para el trabajo o un muñeco y no 100, se están perdiendo a pasos agigantados y que ahora la Navidad no es más que una campaña de marketing a nivel mundial en la que sólo se buscan los mayores beneficios posibles (bombardeo de anuncios de juguetes en horario infantil en televisión). A pesar de estar en crisis todos salen a la calle a comprar sin cabeza puesto que no saben qué es lo que realmente quieren comprar. De esta forma estamos dando paso a una sociedad más capitalista en la que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres, y lo peor de todo es que se lo estamos enseñando a los niños. Como futura madre en potencia, cuando tenga mis esperados 3 hijos me replantearé seriamente con mi pareja el contarles esta mentira. Si lo hiciera probablemente lo haría a medias, sin engañarles, contándoles que la navidad es la celebración del nacimiento de Cristo y además, sería de forma austera y sencilla tal y como aconseja la Biblia. Les compraría regalos, pero los justos y necesarios, y le haría ver que en días como esos tienen mucha suerte de vivir en donde viven y que no todos creen en lo mismo, que hay diferentes festividades. 


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