¿Cómo descubrí que los Reyes Magos eran mis padres? ¿De qué
forma pasó? ¿Cómo me sentí? ¿Qué significó para mí?
Descubrí que mis padres eran los reyes Magos un año antes de
que ellos mismos me lo contaran. Fue más o menos en Septiembre del año 2002
cuando tenía recién cumplidos los 7 años, estábamos jugando en el patio del
colegio y salió el tema de qué regalos íbamos
a pedir por Navidad. Cada uno de nosotros tenía su lista particular de regalos,
muchos de ellos imposibles como en mi caso un burro de peluche a tamaño real,
teníamos muchísima ilusión, queríamos que los 3 meses que nos separaban de los presentes,
las vacaciones, los pasteles y la familia pasarán de forma rápida. Sin embargo,
también teníamos cierto miedo a que nos trajeran carbón por habernos portado
mal. Al rato de comenzar la conversación un alumno de grado superior, que nos
había estado escuchando, se acercó y nos contó que los Reyes Magos y Santa
Claus, así como el Ratoncito Pérez no existían,
que todo era una invención de los padres, los familiares y la sociedad
en general. En ese momento todos nos negamos a aceptar que ese hecho fuera
posible ¿por qué iban a hacer algo así mis padres? ¿Por qué todas las personas
mentirían acerca de algo así? ¿Qué sentido tenía todo eso? Estas fueron algunas
de las preguntas que me plantee tras este acontecimiento durante un tiempo.
Cuando llegaron las Navidades las viví de la misma forma, sin embargo pude
notar el cambio de comportamiento de mi hermana mayor a la que sí se lo habían
contado mis padres. Al año siguiente fue cuando mis padres me lo descubrieron, al
principio me hice la valiente diciendo que ya lo sabía pero a los pocos minutos
me derrumbe. No fue fácil aceptar que todo en lo que había creído durante esos últimos
8 años fuera una mentira, que mis padres, mi familia, los profesores y en
general toda la sociedad me había mentido. El castillo de sueños que me había estado
construyendo durante tanto tiempo se calló como si de la casita de paja de los
tres cerditos se tratara. El tupido velo que cubría mis ojos fue completamente
retirado y vi con total claridad la realidad. Las películas que veía en la
televisión por las tardes los sábados y domingos eran completamente ficticias y
los Santa Claus, los Reyes Magos, lo pajes y todos los seres fantásticos que veía
en la calle eran personas a las que les habían pagado. Esta revelación me
explicó también por qué salían tanto en televisión las famosas “compras de
navidad” y porqué los establecimientos cerraban tan tarde los días previos a
las Navidades.
Desde aquel momento no volví a sentir de la misma forma las
fiestas que tanto anhelaba a lo largo del año cuando era una “mocosa”, no volví
a quedarme en vela esperando escuchar el sonido de las campanas que marcaban
la llegada de los Reyes, tampoco me volví a despertar a las 6 de la mañana cuando ni siquiera el sol se
había despertado… Desde aquel momento no volvía a tener ilusión. Ahora adorno
la casa por tradición, cada año más tarde.
Ese momento supuso un cambio muy importante en
mi vida, en mi forma de pensar, me hizo madurar en cierta manera. Supongo que
esa transformación no solo la sufrí yo, todos y cada uno de los niños que han
creído en estos fantásticos personajes también la padecieron sin importar la
edad en que descubrieron la mentira. Esto nos marca a lo largo de nuestra vida y
a pesar de ello se lo hacemos a nuestros hijos por crearles una ilusión que
realmente, en mi opinión, no es estrictamente necesaria como se puede ver bien en
los niños que viven en África o en otros países que continúan perfectamente con
sus vidas.
Actualmente que soy mayor me planteo si la invención de la
existencia de estos seres fantásticos capaces de llegar a todas las casas,
excepto a la de los pobres, para llevar regalos es buena para los niños y en
qué medida. Sin duda el recuerdo que tengo de esas navidades es maravilloso,
pero también el sentimiento de ser engañada y, en cierta forma, mangoneada lo
tengo muy presente. Mucho antes de tener memoria, antes de adquirir por
completo una lengua materna, todos los que se encuentran a nuestro alrededor nos
influencian para creer en algo que realmente no existe aprovechándose de esta
forma de nuestra ingenuidad e inocencia
sin pensar en las posibles consecuencias que puede acarrear este suceso.
¿Se hace esto por la ilusión de los niños o la de los
padres?
Al motivar a los niños a creer en estas criaturas los
progenitores reviven su propia experiencia teniendo en muchos casos más ilusión
que estos mismos.
Muchos padres lo hacen por tradición, por celebrar el nacimiento
de Jesucristo el cual, según el cristianismo, traería el orden y el balance al
mundo; y otros por llevar la corriente a la comunidad.
Creo que los valores que se tenían antes de cenar todos en
familia, de disfrutar de la compañía de las personas a las que más quieres, de
cantar villancicos y de dar algún pequeño detalle casi siempre manual o de
vital necesidad como unos zapatos para el trabajo o un muñeco y no 100, se
están perdiendo a pasos agigantados y que ahora la Navidad no es más que una
campaña de marketing a nivel mundial en la que sólo se buscan los mayores
beneficios posibles (bombardeo de anuncios de juguetes en horario infantil en televisión). A pesar de estar en crisis todos salen a la calle a
comprar sin cabeza puesto que no saben qué es lo que realmente quieren comprar.
De esta forma estamos dando paso a una sociedad más capitalista en la que los
ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres, y lo peor de todo es que se
lo estamos enseñando a los niños. Como futura madre en potencia, cuando tenga
mis esperados 3 hijos me replantearé seriamente con mi pareja el contarles esta
mentira. Si lo hiciera probablemente lo haría a medias, sin engañarles, contándoles
que la navidad es la celebración del nacimiento de Cristo y además, sería de
forma austera y sencilla tal y como aconseja la Biblia. Les compraría regalos,
pero los justos y necesarios, y le haría ver que en días como esos tienen mucha
suerte de vivir en donde viven y que no todos creen en lo mismo, que hay
diferentes festividades.
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